sábado, 19 de febrero de 2011

Maya.

Desplegó el papel, una hoja de cuaderno, rasgada y con manchurrones. Típico de él. Empezó a leer.
<<Amor mío. Mi dulce amor. Eres mi vida. He intentado, he deseado, he hecho todo cuanto he podido por mantenerme apartado de ti. Porque -tú ya lo sabes- un aciago destino nos quiere mantener separados. Pero ya no puedo soportarlo. Aun sabiendo que para ti soy como el fuego, que puede abrasarte en cualquiera momento. Y es que, sin ti, mi vida está abrasada igualmente. Así pues, Maya, decide tú. Siempre estaré a tu lado. Tanto si me quieres como si no, no permitiré que la vida nos separe. Tú has prendido en mi interior un amor demasiado grande. Y nunca dejaré que se extinga. Aunque ya no pueda tenerte y estrecharte entre mis brazos, ni unir mi boca a la tuya. Decide tú, amor mío. Yo estaré aquí. No te dejo, Maya. Ya sé que te las apañarás perfectamente sin mi ayuda, pero yo siempre estaré junto a ti. Aunque no me veas. Porque nuestro amor es tan grande que puede desafiar al destino. Tú y yo, más allá de todos los límites, y aún más lejos. Por siempre. Te amo. Trent.>>
Maya volvió a doblar la carta y se la guardó de nuevo en el bolsillo de los vaqueros. Fue hasta el espejo, se miró y se esforzó en hacer desaparecer aquel centelleo que las palabras de Trent habían hecho brotar en sus ojos.
Salió y fue a reunirse con Héctor, sonriente.
-Ya estoy lista, vámonos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario